REGALO DE BIENVENIDA

Apreciado lector, explorador de universos infinitos:

Quiero hacerte un modesto regalo por haberte interesado en mi blog y seguir buceando por sus páginas (como quiero pensar que estás haciendo): un microrrelato y tres poesías de mi autoría.

Posdata: En realidad éste no es el regalo, lo tienes más abajo, al final de esta entrada.

MICRORRELATO

ÉL ERA QUÍMICA



Él era química. La última vez que lo vi andaba callejeando, buscando ciudad, un curro nuevo y un olor, otra bebida y canción favoritas. Acababa de dejarlo con su novia. Siete meses, nada del tope de los cuatro años que sí duró conmigo; tres según el estudio; uno para los menos románticos; ocho meses para los pesimistas. Tenía pensado matricularse en no sé qué agrario. La cuarta o quinta carrera universitaria sin terminar. No albergaba dudas al respecto. No él así. Porque él sigue ignorando ser química, a los hechos me remito, exactamente como Carlos vaticinó.
  Ahora reconozco al vuelo a las personas que son química. Encantadoras las más de las veces. Puede uno perderse en su sonrisa y mirada febril con facilidad. Perderse tanto como lo están ellas, aun dotadas de ese magnetismo y genialidad tan suyos. Suelen ser las que aguardan en una esquina de la habitación, apoyada la espalda en la pared, observando con ojos escrutadores en rededor, en silencio y con disimulo, mientras el resto conversa y ríe, conversa y ríe.
  Son peligros potenciales en la medida en que ignoran su relación con la química. Por si fuera poco, jurarían frente al mismísimo Diablo lo imperfectas y mediocres personas que son. Eso decía Carlos por 60 euros la sesión. Recomendado. Enfermos de pasión los llamaba. Acerca de si su patología es contagiosa, causa del mimetismo, empatía o simpatía no obtuve respuesta.
  Carlos me dio el alta hace diez meses, dos han pasado desde la mañana que me crucé con él en la calle por la que andaba callejeando. Por mi parte, sé que estoy curada. Puede ser contagioso y nadie se libra. Ahora comprendo el titubeo sutil de mi terapeuta a veces, y ese temor que asomaba fugaz a su mirada. Nadie se libra.
  Nadie se libra, decía Carlos, él lo sabe muy bien. Tan seguro y confiado tras sus gafas de ver, tomando notas a buen recaudo al otro lado del diván. Me pregunto si también hoy él estará curado. Confío en que así sea. Después de todo, él me curó. Tampoco hubo transferencias. De lo contrario, tal vez yo... 
  "Ese temor que asomaba fugaz a su mirada. Nadie se libra".



POESÍAS




La foto es de esta mañana


Entre mis impertinencias,
cantar a las cuatro de la madrugada
aquella canción que me dedicabas.
Sacar la basura en bragas, y caminar descalza,
y desnuda,
hasta llegar al arrecife de algas
donde me besabas, enfrente de casa.
Sé que estas curiosas costumbres molestan a los vecinos,
pero sabes qué pienso: que tanto me da;
más molesta tu ausencia
y ninguno ha llamado a la puerta para saber cómo estoy.
Tanto cariño que decían tenernos...
¡Y un cuerno! que les den, uno a uno
y si es por turnos, mejor.
Por lo mismo, pienso seguir con mis santas manías.
De hecho, estoy a un paso de ritualizarlas;
solo falta ultimar fecha para el bautismo
y buscarles nombre y apellidos
me recuerdan que sigo viva, ¿sabes?.
Será una ceremonia simbólica,
pues según palabras de don José,
«no puedes, ni debes, acristianar a semejante masa incorpórea, hija mía,
la cual no existe más allá de tu ilusión».
Con ello, me recomienda reposo y mucha oración,
sobre todo de lo último.
La verdad, desconozco quien está más pirado de los dos,
aunque, a decir verdad, me trae sin cuidado.
Estoy perdiendo la cabeza, lo sé,
pero quédate tranquilo que, no es por ti, es por mí,
lo cierto es que dudo haberla tenido nunca donde se supone que debe estar,
que, sinceramente, no sé cuál ignoto lugar es ése.
Bien, me despido ya. Te amo.
Nunca he dejado de hacerlo,
y siempre he carecido de orgullo para callarlo.
El reloj marca las 8,
hora de tirar la basura.


Reloj De Arena, Tiempo, Horas, Reloj, Egg Timer

III: La hora

Quedemos a esa hora en que la vergüenza ya no existe
y las penas se cansaron de dar pena,
Donde el ayer se disfraza de mañana.
Quedemos a esa hora en que ni tú pretendes ser otra
ni yo me esfuerzo en entenderme.
Quedemos donde no importa la hora,
donde la ropa da calor.
A ésa en que el miedo se rompe con tres copas,
y los minutos desisten cuando llega la hora.
Quedemos a esa hora.
A ésa en que ya no hay tiempo para pensarlo demasiado.
Quedemos cuando las dudas parecen tenerlo claro
y el engaño pierde el tiempo en medio de un atasco.
En la que soñaste que sucedía y yo te daba la razón.
Quedemos donde finges llegar tarde,
donde la excusa ya no importa.
A ésa en que sólo quedarías a esa hora.
Sé que existen muchas, pero, si gustas, quedemos a esa hora.



Si es que no valoras nada (o yo me cierro en banda)


Te bajo la luna y me la tiras a la cara.
A ver, vida mía,
puedo entender tus neuras,
los cambios de estación,
que comas palomitas untadas en mermelada,
que, de repente, me bañes a besos
y que, sin sucederse nada relevante,
en una pequeña fracción de tiempo,
me escudriñes inyectada en cólera
con su consiguiente pregunta capciosa,
formulada con una tonalidad que roza lo desafiante
(así, sin más, de un momento para otro).
Pero, mujer, que te baje la luna y me la tires a la cara.
Pues no sé,
me lleva a pensar que nada sacia tu curiosidad;
que, por más que me esfuerce,
el roto de tu alma escapa a mis detalles,
como escapa el agua al colador.
Porque, a ver, mi amor, qué quieres que te diga:
puedo alistarme en tus cambios de humor,
sondear tus manías
y aprender a descifrar afectos subliminales;
aun cuando otro, a lo poco,
percibiría cierto grado de locura sino de esquivez;
incluso puedo dejar que me eches de la cama
cuando, según tú, robo tu parte de la almohada.
Pero, cariño,
¡que te baje la luna y me la tires a la cara!…


(Esta poesía fue seleccionada mediante fallo del jurado para formar parte de la antología poética Y lo demás es silencio II de Chiado editorial)




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Míriam M. Ramírez
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